viernes, 22 de marzo de 2019

Don Juan de Austria

Quería que mi primera entrada en este blog fuera especial, sobre algo o alguien que me apasione, que me cause ternura, empatía y muchísima curiosidad. No podía empezar este blog sin pasar por escribir sobre uno de mis personajes históricos preferidos: don Juan de Austria.


Pero… ¿Quién era Juan de Austria?

Si en cualquier buscador pones la palabra <<bastardo>> , sale él. Ha quedado para los anales de la historia como el gran bastardo, que vivió y sufrió el rechazo de su familia y que al final de su niñez, pudo disfrutar  del cariño de su padre, que no era ni más ni menos que el mismísimo Carlos I, más conocido como <<Carlos V el emperador>>.  Para acercarnos a don Juan de Austria, tenemos que hacer un pequeño árbol genealógico para situarlo:

 

Así que como vemos, el pobre bastardo, nacido el 24 de febrero de 1545 o 1547  en Ratisbona, hijo de una bella y joven cantante alemana, criado en un recóndito pueblo de Extremadura, no es ni más ni menos que el hijo de Carlos I (en su imperio nunca se ponía el sol), nieto de Juana de Castilla, llamada malamente <<la loca>> y por lo tanto, bisnieto del famoso matrimonio real denominado <<Los Reyes Católicos>>.


Su infancia

No fue fácil su vida. Nació debido al affaire que tuvieron sus padres cuando el rey Carlos, ya viudo,  emprendió un  viaje de asuntos políticos por el Sacro Imperio Romano Germánico. En un momento de debilidad y asombrado por la voz y belleza de la joven Bárbara Blomberg, nació en absoluto secreto y fue llamado como su padrastro y tutor, Jerónimo Pyramo, que guardó el secreto y fue muy bien pagado por ello otorgándole un excelente puesto en la corte de Bruselas. 


El Emperador, siempre supo de la existencia de este niño,  pero celoso de su intimidad y un poco avergonzado de haber faltado al luto de su esposa, Isabel de Portugal, ocultó al pequeño, aunque ya retirado en el Monasterio de Yuste, aquejado de gota y cercano a su ocaso, quiso estar en paz consigo mismo y mando  traer al pequeño Jerónimo de aproximadamente tres años a España. Fue entonces cuando el mayordomo del Emperador, Luis de Quijada, firmó en Bruselas un acuerdo con un violinista de la corte llamado Francisco Massy que a cambio de 50 ducados, se haría cargo de la educación del pequeño junto con su mujer, Ana de Medina. Pocos meses después de firmar el acuerdo, en 1551, el pequeño Jerónimo y sus cuidadores, se trasladaron a Leganés (Madrid) .

Ya en España, se hizo circular el rumor que el pequeño Jeromín (que hacía una vida totalmente igual a los otros niños que vivían allí), era hijo de un cortesano alemán y que había venido a España para adquirir una buena educación, pero poco le duró al pequeño bastardo la vida sin responsabilidades, pues había llegado a oídos del rey Carlos, que el pequeño estaba totalmente desviado de una educación cortesana.

Su cuidador, Massy, había fallecido y don Luis de Quijada, consideró que había que corregir la educación del niño, así pues  en el verano de 1554, el niño fue trasladado al castillo de Villagarcía de Campos (Valladolid), donde el propio mayordomo real y su esposa, Magdalena de Ulloa, que se encandiló del pequeño como si de su hijo se tratase, cuidaron del infante, socorridos siempre por su maestro de latín Guillén Prieto, el capellán García de Morales y el escudero Juan Galarza. Quijada, guardó el secreto del Emperador y jamás desveló cual era la procedencia del pequeño.

Conociendo a su padre

Carlos V sabía de su existencia y en su retiro cuasi cotemplativo, quiso conocerlo. Aquejado de gota y otros achaques, retirado en el monasterio de Yuste, el emperador ordenó a Luis de Quijada y esposa, que se trasladasen a vivir a la aldea que estaba a los pies de del monasterio, Cuacos de Yuste y que el pequeño infante, le visitase con frecuencia.

Padre e hijo se conocieron, se dice que el joven visitaba a su padre y ambos compartían charlas, consejos y muchas horas de compañía, mientras hacía su vida el la pequeña aldea de Cuacos, con los otros niños.
 Carlos el Emperador, el  6 de junio de 1554, redacto un codicilo en el que por fin reconocía a su hijo:

«por quanto estando yo en Alemania, después que embiudé, huve un hijo natural de una mujer soltera, el que se llama Gerónimo». 

 Poco tiempo más tarde, a finales de 1554, Carlos V siguió sin cambiar su testamento (en el que no aparecía el pequeño Jeromín) pero sin embargo, añadió un anexo con estrictas instrucciones de que el contenido solo fuera leído por su hijo, el rey Felipe II a su muerte. Entre otras cosas, en ese testamento el Emperador decía que tenía cierta preferencia a que su hijo fuera fraile, y  que  había que sustituir el nombre de Jerónimo por el nombre con el que sería conocido a través de la historia: don Juan de Austria.


De Jeromín a don Juan de Austria

Después de la muerte del Emperador, los hermanos del joven Jeromín, querían conocerlo y así fue, durante mayo de 1559 conoció a Juana y el 28 de septiembre conoció a Felipe II que lo reconoció como miembro de la realeza, le otorgó el nombre de Juan, le nombro caballero de la Real Orden del Toisón de Oro y le asignó una casa propia siempre con la ayuda de don Luis de Quijada.

Felipe II, mandó a su hermano a estudiar a la Universidad de Alcalá de Henares donde también lo hacían sus sobrinos Carlos (el último Austria tristemente conocido como <<el hechizado>>) y Alejandro Farnesio , de su misma edad.
 Pasando los años y viendo que el joven descartó por completo la idea de ser fraile, el rey Felipe II le nombró Capitán General de la Mar, tras una hazaña contra los turcos acontecida en 1565 en la que el propio rey, le pidió a su hermano por carta que desistiera. El joven se rodeó de grandes consejeros como el famoso almirante Álvaro de Bazán.  

La carrera militar de don Juan, arrancó impresionantemente; en 1568 combatió la contra los piratas berberiscos en el Mediterráneo. En 1569, Felipe II destituyó al marques de Móndejar y puso a su hermano frente a la capitanía General de las Fuerzas Reales y amainó la sublevación de los moriscos en el Reino de Granada, una batalla conocida como <<La rebelión de las Alpujarras>>, donde perdió la vida su tutor, don Luis de Quijada. en 1570  El infante siguió sitiando, pacificando , conquistando y en 1571 , cuando los moriscos ya no eran un problema para el rey Felipe II, que había sido reacio, decidió unirse junto al Papado y Venecia a la Liga Santa contra los turcos y puso al mando a su hermano, don Juan de Austria. Tales eran sus valías y dotes militares, que el propio Papa Pio V lo creía un enviado de Dios.

Su gran triunfo: Lepanto

Cerca de 30.000 hombres y 326 barcos (naos, fragatas, galeras…) combatieron el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto en la archiconocida Batalla de Lepanto (la que supuestamente participó y perdió un brazo Cervantes), que fue la gran victoria cristiana sobre los turcos. La heroicidad del infante don Juan y el éxito de haber triunfado, recorrió toda Europa conmocionando a la sociedad de aquella época.  El secreto del triunfo de esta batalla, fue por las decisiones que tomó el infante, que se valió del almirante Bazán y por el afable y conciliador carácter que sirvió para limar asperezas  con la Santa Liga.

Felipe II y la conspiración

Al margen de sus excelentes triunfos militares,  Juan de Austria era muy afectuoso, y había ganado el favor y el aprecio de todos cuanto le conocían. Esto y junto a su intachable carrera militar, plagada de triunfos, le sirvió para ser enaltecido tras la Batalla de Lepanto como el gran héroe de la cristiandad.

 Durante el trascurso de 1572, una delegación albanesa le ofreció el trono, pero este declinó la oferta ante la negativa de su hermano. El papa Gregorio XI escribió una misiva a Felipe II pidiéndole un reino propio para su hermano, pero este, nuevamente se negó y la relación de los hermanos empezó a llenarse de desconfianza.

Felipe II utilizó a su secretario y hombre de confianza, Antonio Pérez para que descubriera las intenciones de su hermano, que en ese momento, quizás cegado por los triunfos recogidos, ansiaba invadir Inglaterra.

Tras muertes y rebeliones, en 1576, el rey Felipe II le nombró gobernador de los Países Bajos españoles , ya que no tenía otra opción puesto que el nuevo gobernador tenía que ser español y de la realeza. La entrada a Bruselas en 1577 fue entre vítores y triunfante, pues Juan de Austria había conseguido pacificar aquellas tierras y saldar las deudas de los tercios viejos de Flandes.


El final del infante

En 1578, preocupado por el asesinato de su secretario, Juan de Escobedo (desencadenada por la conjura de los válidos y personas cercanas al rey Felipe) y con falta de solvencia para hacer guerra en Flandes, el infante cayó en depresión y escribió a su hermano Felipe varias cartas conciliadoras y una última voluntad: que tras su muerte, quedase como su sucesor su sobrino, Alejandro Farnesio y que sus restos mortales fueran trasladados a España y enterrados cerca de los de su padre, Carlos I. Y así fue.


El 1 de octubre de 1578, con 33 años, don Juan de Austria murió tras un tifus que no pudo superar. Murió una leyenda, un héroe y tras su muerte, Felipe II cumplió su voluntad y sus restos mortales están enterrados en el Panteón de Infantes del Monasterio del Escorial, cerca de los de su padre, en un mausoleo único en el mundo que su hermano Felipe, arrepentido y agradecido, mando hacer.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Gracias

Quería darte las gracias, por muchas cosas,

por ayudarme,
escucharme,
socorrerme,
levantarme,
enseñarme,
aceptarme,
quererme,
valorarme
motivarme
soportarme
acompañarme,
cuidarme,
animarme,
enseñarme,
comprenderme,

Estar conmigo,
despojarme de la pena,
subir mi ánimo
y borrar todos los malos momentos,
por hacer de mí alguien útil.

Sin ti estaría perdida en mi espiral de pena y angustia,
sin ti no habría ilusiones,
ni sonrisa,
ni alegría,

ni felicidad.

lunes, 12 de noviembre de 2018

La viga de hierro


A menudo, la gente es de paja. Vuelan cuando hay viento y tempestades, se queman con facilidad y no resisten nada, permanecen solo cuando hay calma y sol. La gente de paja se quiebra con facilidad. La gente de paja no sirve. 

Pero no todo el mundo es de paja, hay gente que es de hierro, como una gran viga que perpetúa sin oxidarse siglos y siglos, luchando contra viento y marea, aguantando todo lo que pase, sin tambalear, sin miedo, sin fallar, sosteniendo una vida  y una de esas personas, es mi amiga Rosa.

Mi amiga Rosa no es solo mi amiga, también es mi hermana, mi mitad, mi yo, Rosa es todo eso y a la vez es más que eso, porque Rosa soy yo  y yo soy Rosa.
Ella es única e irrepetible, comedianta, divertida, amable, generosa, sin rencores, agradable, graciosa y sobre todo, una excelente persona.
Nos conocimos hace 15 años, ¡15! Cuando íbamos al instituto y desde entonces no nos hemos separado casi nunca, con nuestras épocas buenas y malas, haciéndonos mayor juntas, creciendo juntas.
El tiempo pasa, hasta para nosotras y hoy le han caído 28 años a mi compañera de vida y alma.


Te quiero con locura, con esa locura inexplicable, esa que solo entendemos tú y yo, cuando parece que nos leemos la mente, cuando observamos lo mismo, cuando decimos lo mismo. Felicidades, mi amor. 

martes, 30 de octubre de 2018

El credo de Guillermo


El credo de Guillermo


Creo en las buenas personas,
creo en el perdón, en la motivación, en el orgullo,
creo en la perseverancia por encima de todo,

Creo en las segundas, terceras y cuartas oportunidades,
creo en el cariño, en el amor, en la ilusión.

Creo en callar,
creo en observar,
creo en vivir en segundo plano, guiando desde atrás.

Creo en mi serenidad, en mi templanza,
creo en vivir sin vivir en mí,
creo en la herencia vital,
creo en mí,
creo en mi corazón, creo en mi corazón espiritual,

Creo en la cerveza, en el vino, en el whisky,
Creo en el sofá,
creo en el motor del Peugeot 406,
creo en los buenos ratos juntos,
sin hacer nada, haciéndonos compañía,
creo en la sonrisa, en la pasión.

Creo en el futbol, en el deport,
creo en el Folk, creo en Plasencia, en Extremadura y en Alicante,
creo en los bailes regionales,

Creo en los viajes, las excursiones, los bocadillos de jamón,
creo en la Historia, en la literura, en las ciencias,
creo en los 600 kilómetros que nos separan de nuestra “tierra prometida”.

Creo en ellas,
creo en todas las mujeres que pasaron por mi vida,
con las que conviví, crecí, trabajé y morí,
creo en el feminismo, 
creo en el socialismo, en el comunismo, en la izquierda,
en el progreso,.

Pero sobre todo, creo en mis hijas,
en mi mujer,
creo en mi amor por ellas,
en su fortaleza, su bondad,
creo en sus sonrisas, en su resiliencia,
creo en aquellos a los  que quise como mis hijos,
creo en la bondad,
creo en la familia, en la piña.
Creo en mi trabajo,
Creo en mi propia suerte,
Creo en mi carisma.

Sin embargo, no creo en Dios, ni en los santos,
ni creo  en los curas.
no creo en la iglesia,
soy ateo, agnóstico, endemoniado o racional,
no creo en los fantasmas, en los de carne y hueso,

No creo en el dinero,
no creo en la carne,
no creo en la partida,
no creo en el adiós, 
no creo en la muerte,

Porque creo en la vida,
creo en volver,
creo en el hasta luego,
en la esperanza,
creo en abril,
creo en las segundas, terceras y cuartas oportunidades,
creo en el alma.
creo en la sonrisa,
creo y vuelvo a creer por encima de todo en el amor .




miércoles, 17 de octubre de 2018

La risa contenida

No me gusta comprar ropa, el motivo es obvio, sin embargo cada vez me da más igual y cada vez mi compromiso con mi cuerpo es más fuerte, así que no me importa lo más mínimo meterme en una tienda donde la talla 42 es un ser mitológico. Como si hacer una talla  50 sea un “potenciador de la obesidad” y tener la tienda llena de la talla 32 no sea potenciador de la anorexia y otros trastornos, pero esto es otro debate…

Ayer me remonté a la época de instituto, cuando mi autoestima era inexistente y cuando (todavía no se por qué) mi sobrepeso generaba risas contenidas entre algunxs de mis compañerxs. Yo estaba comprando tranquilamente en una tienda muy conocida, (de las pocas tiendas conocidas que tienen talla grande y a precio bastante asequible) unas camisetas.  Había muchos colores, muchos modelos, muchas tallas y todo estaba revuelto, así que me metí de lleno para encontrar las de mi talla. Codo con codo, unas jóvenes (poco más o menos como yo) también buscaban sus prendas mientras en sus caras, cada vez que me rozaba con ellas, les entraba la risa contenida, los carrillos se hinchaban y se enrojecían al aguantar las carcajadas que sin yo saberlo, provoco.

En mi época de instituto, bajaba la cabeza y luego en casa, lloraba y pagaba estos insultos enmascarados con mi familia. Retenía dentro de mí el dolor por el insulto y la rabia por no haber respondido. Pero ya no, ya hace diez años que salí del instituto, que nadie va a volver a reírse de mí. Mientras intentaba fijar la mirada en aquellas dos chicas, me la apartaban para reírse mas y más de mí hasta que dejaron las prendas y con las manos en la boca, intentado tapar la risa, se fueron. Con la decisión que nunca antes había tenido, las perseguí por las otras montañas de ropa y mientras ellas buscaban sus tallas, las seguía. Cuando vieron que las seguía, debieron sentirse intimidadas y ya no se reían. Una estaba más nerviosa que la otra y caminaban sin rumbo por la tienda, conmigo detrás, sin dejar de mirarlas y reprimiendo mis ganas de decirles cuatro cosas. No sé porqué, me dieron cierta ternura y decidí volver a mi montón de ropa, a seguir buscando. Miraba de vez en cuando a las chicas, ya pasaban de mí. No sé si aprendieron la lección, pero si sentí que se hizo justicia en mi pequeño mundo.




























 

lunes, 8 de octubre de 2018

No sé que me pasa


No sé que me pasa. Es un estado raro y enigmático. No puedo explicar lo que siento, ni lo que pienso, porque son muchas cosas  y a la vez no son nada. Soy como de paja, de un material frágil, de una entidad con piernas que se mueve y a su cabeza vienen constantemente pensamientos negativos y la frase “todo me sale mal” se ha convertido en la cita célebre que riega mi pensamiento constante. Siento que estoy abandonada en el desierto a mi suerte, camine donde camine, no veo horizonte, ni ilusiones, todo es un inmenso manto de arenisca y calor que caen a plomo sobre mí. Grito en silencio, tan fuerte que mi voz se quiebra cuando exhalo alguna palabra. Camino deprisa y no hay más que arena y tormentas. De vez en cuando, se presenta ante mí un oasis, un oasis de amor y paz, diversión y felicidad, me saca de mis problemas y mi pensamiento se vuelve positivo, solo me nace hacer planes y aclarar mis ideas de presente y futuro inmediato. Viviendo en el oasis me siento querida y protegida. Pero como en un cuento de princesas, mi oasis tiene un hechizo que caduca a las 12 de la noche y entonces vuelvo al desierto, a la arena, a las tormentas, al viento y a la soledad, cuando veo que se aleja el oasis, siento desgarro y tristeza, una tristeza que recorre todo el cuerpo… entonces dejo de ser yo, mi carroza se convierte en calabaza y mi vestido vuelven a ser los pensamientos de siempre.
Siento desazón. No me ilusionan los planes, ni las actividades, ni me apetece salir de casa, me gusta recluirme en mis historias,  pero en casa también me siento prisionera.

No encuentro paz, me siento sola pero no quiero estar con nadie, los planes se tuercen y las pocas ilusiones que atesoro penden de un hilo que seguro, terminará rasgándose tarde o temprano… 

viernes, 5 de octubre de 2018

La pasión del duque

Yo vivía en Madrid, frecuentaba a menudo sitios donde se juntaban la flor y la nata de la alta aristocracia madrileña. Era el año 2015 y en ese momento, acompañaba en sus andanzas a un piloto de aerolíneas e hijo y nieto de la nobleza, criado entre algodones y con la clásica altivez que desprende un hombre con su posición.

Entramos en el café de las Morenas, un sitio con disfraz de sofisticación pero no dejaba de ser un local de copas caras y música bailable, con sofás acolchados y gente de un maravilloso postín. Entonces le vi, sentí que me miraba. Él era alto, delgado, con el pelo alborotado y con indumentaria de etiqueta. No sonreía, parecía serio y no apartaba la mirada de mí, aunque yo intentaba desviar mis ojos, era inevitable sentirme vigilada y en el reojo y disimulo de las luces discotequeras, mirarlo. Me puse nerviosa y le mantuve la mirada unos segundos, pensé que aquel desafío lo tenía que ganar yo, hasta que él me la retiró y cuchicheó algo con un amigo suyo. Entonces, dio unos pasos hacía mí y me besó la mano diciendo:

-         Soy Luis. Encantado de conocerte.

No estaba acostumbrada a esas formas cortesanas de saludar y presentarse, pero intenté estar a la altura:

-         Encantada, yo soy Marina.

En una tierna mirada, apareció en su rostro la sonrisa y la mirada se dulcificó hasta convertirse en un ser extraordinario. Hablamos y hablamos, yo perdí la cuenta del tiempo juntos, me contaba sus estudios, yo de los míos y notaba como levemente en un disimulo mientras bebía un coctel sin alcohol, miraba mi escote.

El piloto hizo su aparición, rompió el encanto nacido en ese instante, ambos se abrazaron y se saludaron, entonces después del efusivo encuentro, Luis se retiró con su amistad y yo con el piloto. Sentí que había acabado con una cita maravillosa, y me apuntó:
-         Marina, ¿sabes quién es?
-         Sí. Luis – le contesté
-         No, Luis, no. Es Luis de las Heras y Utrilla de Olazna, duque del Palancar, duque de la Salva, III marqués de la Alaguada y conde de la Esparta y Toledano.

Me sorprendí, pero más me sorprendió que Luis no hubiera hecho referencia en nuestra conversación a ninguno de sus innumerables títulos nobiliarios. Pero el piloto se retiró a hablar con sus amistades y entonces el duque y yo pudimos seguir profundizando en nuestra conversación.
Luis me miraba con deseo, sentía que quería comerme con los ojos, que se iba a lanzar a besarme de un momento a otro y entonces me insinuó al oído:

-         ¿Me estás deseando tanto como yo a ti?
-         Sí. – Le respondí con decisión

Entonces Luis y yo salimos de la sala en un descuido y huimos, fugitivos ambos de nuestras vidas de estudio y trabajo y escapamos a un sótano reservado para la intimidad de las parejas, allí mismo, en la sofisticada discoteca donde la bandera era la alta moralidad. Él no podía dejar de mirarme, caminaba con la cabeza vuelta hacia mí, me agarraba de la cintura con una mano mientras con la otra, le daba dinero al  encargado de las habitaciones del sótano. No se había cerrado la puerta de la habitación cuando me besó apasionadamente, con esa pasión que es incontrolable y desmesurada, en un punto de no retorno. Me besaba con los ojos abiertos, acariciando mi cara y despojándome poco a poco de la ropa, mientras él iba tirando la suya por toda la estancia. En aquel momento, ambos sucumbimos a la carne, a la pasión y al desenfreno del afecto nacido hacía tan solo un rato.

Después del abandono carnal, Luis me abrazó y sin mostrar arrepentimiento, abrimos la puerta de la estancia y salimos separados. Antes de entrar de nuevo a la fiesta, donde nos aguardaban nuestros acompañantes, nos besamos como en una despedida para siempre, besó mi frente y en una dulce mirada me dijo:

-         Será mejor que esto lo dejemos aquí. Tengo novia y tú…bueno tú tienes al piloto.
-         Sí, es lo mejor – le respondí con cierta tristeza.
-         Marina, no me arrepiento de nada, ojalá las cosas hubieran discurrido en mi vida de otra manera…buenas noches.

Fue un adiós melancólico, besó mi mano y entró a la sala, bajo la mirada del piloto, que sabía que  en ese rato, había pasado algo entre el duque y yo.
Ambos salimos, era muy difícil disimular mi alegría y tristeza, no podía paliar la pena de no volver a verle y la alegría de haberle tenido entre mis brazos esa noche.


Aunque los nombres son ficticios, esta historia es real. Yo la viví.

Don Juan de Austria

Quería que mi primera entrada en este blog fuera especial, sobre algo o alguien que me apasione, que me cause ternura, empatía y muchísima ...